Nadie podía salir de las prédicas del pastor
Julio de la misma forma cómo había entrado. La gente se marchaba con una
sonrisa. Más firme. Con ánimos. Lista para destruir los propósitos del enemigo.
Todos estaban encantados con este nuevo pastor que había congregado a esta
iglesia de una forma brusca. Así de pronto. Pero que sin embargo se había
ganado el cariño y respeto de muchos.
Algunos decían que este pastor tenía un don
por parte de Dios. Que cada persona a la cual él predicaba, sea en el lugar que
sea, terminaba aceptando al Padre. Usaba todas las herramientas aprendidas tras
largos años de experiencia y estudios de teología. O simplemente era Dios quien
se comunicaba a través de él. Luego este varón o mujer al cual le había
predicado, se quebraba. Desnudaba su alma y aceptaba seguir el camino. Muchos
de estos ahora congregan en la misma iglesia del pastor Julio y son conocidas
por su fiel servicio. Pero siempre cercanas a él. Muchas veces se iba, el
pastor con algunas de sus “ovejas”, a comer o a ver una película. Pero lo raro
es que nadie lo había visto hacer tales conversiones. Pues, como el mismo
pastor lo decía, predicaba en los momentos menos esperados. Nadie tenía la
certeza pero la fe estaba por delante. Además ¿por qué sería mentira todo eso?
También muchas otras personas envidiaban al
pastor. Pues él lograba esos milagros que ellos no conseguían con facilidad y
terminaban solo criticando y mostrando desdén hacia él. Otros, más bien, lo
admiraban pero de una manera ya exagerada. Casi idolatrándolo. El pastor Julio,
actuando con humildad, calmaba a sus “fans”. Un hombre recto, íntegro. Que en
poco tiempo ya ha trascendido, decían los mayores.
Comenzaba la predica. La gente atenta, con la
biblia bajo las manos. Palabras y palabras. Versículos, gritos de júbilo. Amén hermanos. Oraciones y canciones.
Terminaba todo. Aplausos al Rey. Una prédica excepcional, estupenda, muy
fortalecedora. El pastor ya se iba. Todos contentos se despedían de él,
menos uno: Jorge. Un joven que congregaba desde hace más de cinco años y que cansado
del misterio de este hombre había logrado conseguir la dirección de su casa y
decidió ir a saber más sobre él. Se sintió como un delincuente, pero luego se
dijo que solo sería para poder conocer un poco más sobre el famoso Julio.
Cuando llegó: las luces apagadas. Nadie había llegado aún. La penumbra poseía
las calles y un viento suave y frío rozaba su piel que de rato en rato le provocaba
escalofríos.
Vio que los
vecinos tenían una tocada. Caminó hacia
la puerta de la casa del pastor y sintió que se le escarapelaba la piel. Cómo
si hubiera cierta energía negativa, aunque Jorge no creía en eso. Trato de ver
a través de las cortinas o encontrar algún espacio: al parecer todo estaba
tranquilo. No era su objetivo encontrar algún secreto pero algo debía de
descubrir. ¿Tiene hijos, esposa,
hermanos? ¿Qué más es este hombre? Es
increíble que nadie sepa exactamente su vida fuera de la iglesia y si la saben,
pues, la tiene bien reservada. Caminó luego hacia la casa donde se hacía la
tocada. Los jóvenes se drogaban y una banda tocaba Muster of Puppets de Metallica.
Cuando volteó para irse de ahí se encontró de pronto con el pastor. Detenido en
la vereda, como sospechando de él. Estaba acompañado de dos muchachos que
decían haber sido convertidos gracias a este hombre o gracias a Dios.
–Hola, ¿eres de esta fiesta? –dijo el pastor
señalando la casa de los vecinos.
Jorge se dio cuenta de que el pastor no lo
conocía así que decidió fingir.
–Sí… Vine un rato a escuchar.
–No te había visto antes… Pero no creo que
deberías estar ahí. No es nada bueno eso. Drogas… alcohol… música prácticamente
satánica –al oír esto Jorge sintió nuevamente escalofríos, no supo por qué–. Yo
vivo aquí justo… atrás tuyo. Nosotros somos de una iglesia tal vez quisieras
pasar un momento. Vamos a tomar un lonche y luego podemos compartirte la
palabra. ¿Qué te parece? Sé que te puede parecer aburrido, pero nada es mejor
que conocer la palabra del Señor. Si no quieres no te preocupes. En estos
tiempos que te inviten a una casa desconocida es prácticamente un… pedido de
violación –dijo el pastor tratando de que esa última palabra no suene tan
fuerte.
Jorge dudó por un momento. No le daba buena
espina el pastor. Su voz pausada y su mirada suspicaz. Pero finalmente aceptó.
Total, para él no era desconocido. Tal vez era un buen hombre.
–Bueno, está bien. De paso que mis oídos
descansan un rato –dijo, tratando de verse rudo.
El pastor no respondió nada. Solo sonrió como
diciéndole: Buena elección. Los chicos que venían con él estaban taciturnos.
Pasaron. El pastor encendió la luz. Era una
casa normal, muy ordenada. Le llamó la atención un gran librero con libros de
teología, filosofía, física, biología y muchas obras literarias. Llegó a ver
libros de Poe, Baudelaire y otros de pasta muy vieja que no tenían nombre pero
que se veían interesantes.
–Siéntate amigo. Ponte cómodo. Voy a preparar
el lonche.
–Eh… la verdad no quisiera comer. Usted sabe,
acabo de venir de la tocada. Aparte comí algo por ahí.
–¡Ah! Ok. No te preocupes. Comprendo. Ya
vuelvo –dijo el pastor y luego se dirigió a los otros chicos–. Muchachos
conversen con…
–Emilio –mintió, Jorge.
–Con Emilio –dijo con una sonrisa y luego
desapareció por un pasadizo.
Los chicos empezaron a hablar pero entre
ellos y de rato en rato le preguntaban a Jorge si estaba de acuerdo en tal cosa
o algo por el estilo. Hablaban de la prédica de esa tarde. De sus amigos. Pero luego
se quedaban callados por un buen momento. Serenos. O más bien parecían
angustiados.
–¿Y de dónde eres? –preguntó uno de camisa
gris.
Jorge –o Emilio como ahora lo conocían– dudó en contestar y se decidió
por mentir.
–De Los Olivos –Pues vivía por la avenida
Arenales.
–Asu… Un poco lejos.
El otro chico, que tenía un polo azul oscuro
y una mochila entre las piernas, tenía la mirada fija en el suelo. A veces la
subía y miraba al de camisa gris. Algo no
anda bien, pensaba Jorge. La conversación que le hacía el primer muchacho
se notaba muy forzosa. Fingida. Como si lo hiciera para no aburrirlo y que no
se vaya. Le entró miedo y quiso pararse e irse pero en ese momento salió el
pastor. Colocó las tazas en la mesa y los panes. Se sirvieron los muchachos
pero comían con pocas ganas.
–Entonces, Emilio. Cuéntame ¿Cómo así fuiste
a la fiesta de los vecinos?
–M-mi
primo es uno de los que toca en esa banda –mintió.
–Ah, ya… Sí, esos chicos están locos. Pero en
algún momento sé que recapacitarán. Bueno, amigo, yo soy Julio. Pastor de una
iglesia que está cerca de aquí. Justo hoy hubo una prédica…
Las palabras del pastor iban fluyendo y
comenzaba a hablarle de Dios. Citaba versículos, anécdotas. Jorge lo escuchaba
aunque por ratos se perdía en sus pensamientos. Tal vez se había equivocado juzgándolo.
Tal vez sí era un hombre de Dios con un don extraordinario. Si bien él no
necesitaba escuchar la palabra porque ya la conocía, igual lo escuchó. Pues
este tenía una forma muy buena de explicar. Él seguía hablando. Pero ahora los
muchachos que lo acompañaban parecían más angustiados. Como si fueran unos
drogadictos que no han consumido por semanas y que saben que su droga está
cerca. De pronto a Jorge se le vino un pensamiento: “Si es verdad lo que dicen de que el pastor solo predica a quien lo
necesita, que él siente por un medio Divino esa necesidad y pues yo no tengo
esa necesidad porque conozco la palabra, o sea, el pastor se está equivocando.
Entonces no es verdad nada de lo que dicen. Y ¿quiénes son estos muchachos?
Cada vez más inquietos. ¿A dónde me he metido?”.
El pan casi íntegro estaba en la mesa. El
pastor había terminado de hablar y pidió un momento para que pudieran orar. Jorge
trató de calmarse, nuevamente le había entrado el miedo. Trataba de mirar todo
lo que su mirada podía alcanzar. Se dijo que era una tontería lo que había
pensado. Solo pienso estupideces. Soy yo
el que necesita que le prediquen. El pastor le pidió que cerrara los ojos
para mayor concentración. Jorge hizo caso. Intentó abrirlos pero el hombre,
como si fuera un adivino, le dijo que no los abriera y que repitiera la
oración. Oración que declamaba fuerte y con potencia. Hace tiempo él ya había
pasado por algo parecido en la iglesia. En su momento sentía como alivio, pero
ahora tenía miedo. Mientras repetía las palabras y pasaban los minutos, Jorge sentía
que nadie estaba a su alrededor. ¿Sería el poder de Dios? Tenía ganas de abrir
los ojos. Pero no podía. El pastor empezó a hablar en otra lengua que Jorge
nunca había escuchado. Le tocó la cabeza. Sus manos temblaban. Jorge escuchaba
pasos. La mochila abriéndose. Los ojos cerrados aún. ¿Quiénes son estos muchachos? Es un hombre de Dios. Predica a quién lo
necesita… Respiraciones agitadas. Murmullos. La voz del pastor más fuerte.
Retumbaba. Más pasos… De pronto un silencio en la casa. Por fin pudo abrir los
ojos. Estaba Julio enfrente. Con una mirada perdida. Como un drogadicto. Se
levantaron ambos.
–Ve, hijo –le dijo con la misma mirada
disipada.
–Ok. Gracias… pastor –dijo Jorge tratando de
mirar nuevamente todo lo que podía a su alrededor. Las cosas no estaban
normales. Algo le parecía extraño. Algo faltaba. O alguien faltaba. Sin embargo
decidió irse. Le dio la mano al pastor, estaba fría. Creo que me he equivocado –dijo antes de voltear. Y justo en ese
momento se dio cuenta de quién faltaba y sintió la respiración en su nuca. En
ese momento ya era tarde. Una bolsa plástica le cubrió el rostro. Trató de
quitársela. Se movió por todos lados. Botó las tazas. Pateó las sillas. Casi
llegó hasta la puerta. !Que no escape el
sacrificio! El miedo se apoderó totalmente de él al escuchar esa voz
gutural provenida del infierno. Escuchaba voces que parecían querer invocar a
un demonio. Se vio prácticamente en su fin. Solo veía sombras tratando de
apoderarse de él para hacer quién sabe qué con su cuerpo, con su alma. Pensó
que hubiera pasado si nunca hubiese ido a esa casa. Si se iba a la suya.
Estaría en ese momento juntó a su familia, tranquilo, pero ya era demasiado
tarde. La falta de respiración lo desmayó y los monstruos, ya despiertos, comenzaban
con su rito nocturno.
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